Luna Llena: La experiencia de mi vida
- Pablo Gabriel
- 13 may 2019
- 4 Min. de lectura
Llegar a la Sierra de las Ánimas, en Maldonado, me implicó un viaje largo. Llegué a Pan de Azúcar para encontrarme con el grupo Red Ánimas agotado pero muy dispuesto a disfrutar de la caminata nocturna con subida al cerro.

Mi investigación indicaba que ese era uno de los mejores lugares para observar este fenómeno, así que ahí estaba.

Elegir hacer esta caminata nocturna me implicó todo un reto, pues nunca había subido un cerro de noche.


Siempre había hecho trekking diurno con reconocimiento de flora, fauna y debo reconocer que al principio tenía un poco de miedo.

Después de dormir una siesta y merendar, salí desde Punta del Este en dirección a Pan de Azúcar y mientras iba por la ruta podía apreciar el Cerro de las Ánimas que si bien no parecía tan alto a simple vista, era altísimo.



Atravesamos en nuestros autos por todo un sendero privado, hasta que llegamos a la casa de una señora que nos recibió con mucha simpatía y naturalidad. Su casa era muy linda y su gatito, llamado Houdini era muy mimoso y nos acompañó en todo el trayecto, tanto en la subida como la bajada.


La construcción de la casa era artística y rústica; al entrar, vi sentí un ambiente tan místico como si estuviese iluminado todo por velas.


Se hacía la noche y la temperatura iba descendiendo lentamente. El recorrido se estaba poniendo muy bueno y nos dimos idea de la vida en ese lugar.


El entorno está genial para poder hacer turismo de descanso y escucha del silencio, sin embargo desconozco si la propietaria tiene ese servicio, pero si lo tuviese sería genial.


De a poco íbamos llegando a la cima. Éramos más de 30 personas, algunos fuimos en auto y otros fueron en camioneta contratada.


En el camino se nos fue explicando acerca de cómo se pone la luna, bajo qué condiciones la podemos apreciar mejor, cual es el momento perfecto para tomar fotos.


El verla o no depende de las condiciones meteorológicas y todo puede cambiar al instante. Eran las 20 horas y hacía un frío de morirse. Nos sentíamos como en el Polo Sur, pero entre todos colaboramos e hicimos una fogata para climatizar.


Estábamos en la cima del cerro. Estaba todo muy oscuro, solo se escuchaba el ruido del silencio. El cielo estaba lleno de estrellas, oscuro y era un hermoso espectáculo.


Había que caminar con mucho cuidado, mucha espina, arbustos y el suelo disparejo. El frío era demasiado, pero podíamos aguantarlo tranquilamente.


Con nuestras cámaras notábamos la actividad del cielo. Todo un regalo para el ojo humano. A medida que pasaba el tiempo, instalaba mi trípode y configuré mi cámara.


Entre los compañeros, había alguien con un poco más de experiencia que se ofreció a enseñarnos a mirar el cielo, nos indicó a mirar las estrellas de referencia como la Estrella del Norte, las 7 hermanas, entre otras, para de esta forma apreciar la luna y la vía láctea.


Al principio yo no veía nada, pero los guías nos dijeron que seamos pacientes. Sobra decir que era difícil quedarse quieto con el frío que hacía, si no nos movíamos nos congelábamos.


El frío se hacía sentir cada vez más... mientras tanto trataba de seguir ajustando mi cámara. Durante la espera aproveché a comerme unos chocolates que tenía en la mochila a ver si aumentaba un poco mi temperatura corporal.


Titiritaba de frío, de esta experiencia aprendí que para la próxima iba a llevarme guantes, bufanda y gorro... El tiempo pasaba hasta que se comentó que se estaba viendo algo blanco. Al fin llegó la gran Luna.


Poco a poco la luna se hacía reflejar cada vez más, cambé la configuración varias veces de mi cámara para apreciarla en varios tonos y con mucha nitidez.


Después de estar un buen tiempo apreciando el cielo y la luna, comenzamos a emprender el regreso. Mientras caminábamos nos sentíamos más aliviados y con menos frío. Muy contentos por haber visto un espectáculo inolvidable y sabiendo que más tarde íbamos a disfrutar de una cena vegetariana, cortesía de la dueña de la casa.


Mis pies y mis manos de a poco se iban descongelando y el gatito Houdini se me puso al lado para hacerme el momento más ameno.

Durante la bajada me iba resbalando y los compañeros me ayudaban a disminuir la dificultad. El suelo estaba muy resbaladizo para mí, pero era un placer apreciar toda la vegetación cuando es de noche.

El entorno era un escenario perfecto: todo negro con estrellas, el contraste del fogón, sus sonidos, el verde de su vegetación ¡Mis pupilas se dilataban! es indescriptible, hay que estar para verlo y creerlo.

De repente, volvimos a donde comenzamos con hambre y frío. Armamos una nueva fogata mientras nos iban sirviendo una deliciosa hamburguesa de zapallito.

Todos admirábamos el lugar en donde vivía la dueña, la decoración de su casa, su calidad culinaria, su generosidad y su mirador.

Aun así la luna la teníamos a nuestros ojos desde abajo. Era como que nos seguía para iluminarnos el camino y no se quería ir de nosotros. Posteriormente nos ofrecieron una rica ensalada de frutas, mientras entre todos nos intercambiábamos experiencias e historias de vida para conocernos.

Nos despedimos todos diciendo ¡Que espectáculo! Si bien se hizo esperar, tuvimos la gran suerte de ver la luna en su total expresión por mucho tiempo. Valió la pena el viaje, una de las mejores experiencias de mi vida.

Atención, cabe destacar que varias fotos tienen edición especial con respecto a lo que se ve en la realidad. En el vídeo se muestran imágenes reales. Las fotos que puse de la puesta del sol fue cuando fui a ver el atardecer en la playa mansa horas antes de iniciar la aventura.
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